8- El camposanto

lunes, 15 de octubre de 2007

Todo lo que escribo es fruto de la memoria cercana pues los acontecimientos se suceden de forma rápida y no es fácil manejar la pluma y el tintero en estas condiciones, el presente y el pasado se entremezclan en el diario para formar un único instante intemporal, así que pido disculpas por las imprecisiones que este diario pueda presentar pero si algo es exacto como la salida y la puesta del sol es lo que a continuación paso a relatar.

Pasaron unos pocos minutos desde que el Capitán ordenase esperar y la cubierta se tornó silenciosa como un cementerio después del día de difuntos, el sonido de los cañones nos rodeaba por todas partes pero podíamos sentir el silencio entre nosotros.

El Indomptable, que a estas alturas se asemejaba a un barril gigante que flotase sobre la mar, se había acercado con pesadez a nuestra banda de estribor y todos los cañones esperaban la indicación final.

-Señor Derrick- dijo lentamente el Capitán, -Sí, señor- -Que abran fuego-.

-¡Señor Rodskin, fuego!-, -¡Fuego¡- grito el señor Rodskin y la pólvora de la voz de los contramaestres se extendió como un reguero sin fin. La explosión fue brutal y sucesiva, tal y como se unen los eslabones de una cadena se sucedían los disparos de las piezas por las cubiertas de popa a proa.

No tenía ni idea del sonido que hace la madera al desintegrarse. Cuando atacamos al Formidable el estruendo de los cañones que nos cercaban no nos permitió oír el crujido de la madera, ahora esta tomaba vida y el impacto continuo de nuestros cañonazos provocaba un ruido semejante al de una hoguera, unos chasquidos secos de una sonoridad profunda y de increíble fuerza, una nube de astillas y partículas se elevaba del buque francés en una imagen perenne, su proa era una amalgama de formas sin forma, una silueta sin bordes, había sido destruida hasta perder su sentido.

No pudiéndome reprimir dejé mis apuntes y le pregunté al señor Rodskin -¿Ese ruido…?-, -Son las bolas de nuestros cañones rebotando por el interior de las cubiertas-, era cierto, cada chasquido gigantesco era el rebote de nuestras balas por el interior, tras el cañonazo la bala tenía fuerza suficiente para penetrar en el casco y perforar la durísima cintura de madera del navío, pero ese esfuerzo le hacía perder buena parte de su empuje con lo que al encontrar un objeto en su camino, una cureña, un cañón, un mástil, rebotaba en él cambiando de dirección, se dirigía entonces contra las amuras, el techo o el suelo del puente de baterías y rebotaba nuevamente, con cada impacto una lluvia de astillas se desprendía en todas direcciones, afiladas agujas de madera que sesgaban las carnes y cosían las almas con puntadas certeras. La muerte se vestía de modista.

Cada bala cruzaba en un baile mortal el navío francés de proa a popa rebotando sin control hasta perder toda su fuerza y rodar suavemente junto a sus victimas destrozadas.

Los tres puentes del Indomptable fueron barridos por la mayor de las desgracias que un marino puede sufrir, una muerte lenta sin defensa posible. La imagen era desoladora, el humo y el polvo salían por las portañolas(15) al unísono, con seguridad se habían producido incendios en el interior pero el buque no parecía aún rendido. Era un gigante de ochenta cañones que se resistía a morir haciendo honor a su nombre, “El Indomable” tal y como antes había hecho su rival el Hero(16).

-¡Dios Santo!- una exclamación se elevó desde detrás de los presentes, el señor Jonas, uno de los cirujanos estaba allí con la boca entreabierta y con toda la sangre de su cuerpo que parecía alojarse ahora en su rostro.

-Doctor, ¿qué hace aquí?- el Señor Jonas se disponía a responder pero el Capitán no esperaba respuesta alguna –Regrese inmediatamente a su puesto, no quiero verlo más mientras dure la acción, su vida es más importante que todo el oro del mundo para nosotros-, -Capitán, solo quería ver que sucedía, llevamos mucho tiempo abajo escuchando cañonazos pero no hay ni un solo herido, solo un marinero que se ha quedado sordo de un oído con un cañonazo-, la irritación del Capitán se hizo patente –Inglaterra no le ha traído al infierno para que vea nada doctor, le ha traído para que salve vidas y si pierde la suya por ver que pasa no me sirve de nada, vuelva abajo inmediatamente o haré que lo bajen a la fuerza. ¡Soldado! Acompañe al doctor a su puesto-

Uno de los soldados que custodiaba la escotilla más cercana se acercó al doctor y este más rojo aún que antes se retiró con aire ofendido acompañado por su escolta forzosa.

-Señor Derrick, de orden de que se refuerce la custodia de las escotillas, la tripulación se está poniendo nerviosa, la sangre no fluye por las cubiertas y eso les da tiempo a pensar demasiado-

-Señor, eso no subirá la moral-

-Y tampoco la bajará señor Derrick, cuando nos alcancen, que lo harán, no quiero que cunda el pánico, quiero que se libere esta tensión contenida y si algunos intentan refugiarse en las cubiertas inferiores han de ser puestos en orden, quiero los mosquetes con bayoneta calada señor Derrick y lo quiero ahora.-

-Sí señor-

Entonces sucedió algo que nos encogió el alma a todos los presentes, entre las nubes de humo que salían por las portañolas del Indomptable comenzaron a asomarse cuerpos que se precipitaban al agua convertidos en teas ardientes.

Sus alaridos eran tan espantosos que muchos de los involuntarios espectadores de tan cruel escena palidecieron solo con oírlos, cualquiera de aquellos desgraciados podríamos haber sido nosotros, solo era cuestión de fortuna y justo en ese instante una explosión tan atroz como potente se abrió paso en el vacío, el sonido se situaba a nuestro noreste y solo podía señalar que otro buque había volado por los aires al ser alcanzada su Santabárbara.

En solo un instante se habían juntado dos muertes opuestas, la lenta y dolorosa del fuego y la inmediata e indolora de la explosión.

La mar era ya un camposanto inundado de agua y sangre a partes iguales.

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15 Cañonera, tronera.
16 “Heroe” en inglés.

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