5- Las órdenes de combate

miércoles, 26 de septiembre de 2007

-Era un día primaveral Sr. Scott, un día de esos que uno recuerda por la claridad y la calma, añoro aquellos mares tranquilos, sin más rival que el corsario imaginario que caía a cientos bajo mi acero, esa fue mi primera navegación, tenía once años pero la vuestra está resultando sin duda mucho más emocionante.-

-Señor Rodskin que afirmen las vergas(6) y que los grumetes extiendan más serrín y arena en las cubiertas, en cuanto recibamos fuego enemigo quiero que todos los mozos menores de catorce años acudan a ayudar a los cirujanos, no quiero ver ni un solo chiquillo haciendo el trabajo de un hombre, solo tienen permiso para pisar la cubierta los monos de pólvora- Las ordenes se sucedían con rapidez y la tripulación se afanaba en preparar las piezas de todos los puentes para una andanada a dos bandas. La arena debía de ser abundante ya que no había sido posible pintar las cubiertas del típico color rojo, no esperábamos encontrar acción en esta zona y el buque estaba alistado para combatir pero quedaban muchos detalles pendientes.

-Sr. Scott, esa orden le incluye a usted también, ha sido un fiel compañero en el combate pero ya es hora de que vaya a lugar más seguro- -Pero señor, yo quiero estar con vos, además, ¡el cirujano!, profesión triste de ver el recibir hombres y dejar lisiados- Su rostro denotaba una cierta repugnancia sobre la idea, -Joven amigo, el salvar vidas no es triste, más triste es nuestra profesión que las cercena, además la enfermería es el lugar más seguro del buque, en el corazón del navío y bajo la línea de flotación.- -¡Señor!- respondió ofendido el grumete, -no soy ningún cobarde-, -Ni mucho menos Sr. Scott, sois un valiente y lo habéis demostrado, demostrad ahora que no sois un necio e id con los cirujanos, dentro de poco tendréis ocasión de derramar vuestra sangre por Inglaterra si lo consideráis preciso, pero eso será cuando vuestra edad así lo reclame.-

-Williams, haceros cargo del diario de combate, Señor Scott, que Dios os guarde- bramó el Señor Rodskin que había presenciado toda la escena, su rostro no dejaba resquicio abierto a discusión posible y yo, Fred Williams, un verde marino que sabe leer y escribir de forma más que correcta pues he trabajado de aprendiz en una imprenta de East London desde muy joven, tomo las riendas de este libro.

-Señores- dijo el Capitán al grupo de sus oficiales que ya se agolpaban en torno suyo, -ha llegado el momento del supremo sacrificio, solo espero de ustedes sensatez y buen juicio, el resto está en manos de Dios- todos los que estábamos allí presentes escuchábamos con atención. –Las órdenes son sencillas desde este instante, cada uno de ustedes es responsable de una sección de hombres, ayúdense de los contramaestres para mantener la disciplina- -Sí, señor- contestaron casi al unísono.

-Desde este mismo momento quiero verlos a ustedes en camisa y con la cabeza descubierta, los hombres los conocen de sobra pero el francés no, aprendamos algo del error de Dumanoir, que nos mate una bola de cañón es un honor, que lo haga una bala es una estupidez- Las sonrisas fueron unánimes y todos los oficiales comenzaron a desprenderse de sus piezas de abrigo.

-El plan es el siguiente, abriremos fuego a dos bandas, ya he dado orden a los contramaestres, vamos a mandar al buque francés Indomptable una andanada que no olvide en mucho tiempo y con suerte le haremos gran destrozo, mientras por babor batiremos al Intrépide para cubrirnos en medida de lo posible, tan pronto se realice la descarga quiero a toda la marinería de esas piezas de babor en cubierta, hemos de largar velas de crucero para tomar velocidad y maniobrar-

-Señor, después de batir al Indomptable quedaremos a su merced-, -Ya lo sé, señor Keaton- repuso el Capitán –por eso es de vital importancia largar el aparejo lo antes posible, es más que seguro que nos acierten con gran dureza e incluso que nos amarren, pero en este último caso tendremos a buena parte de la tripulación en cubierta presta para la lucha. Mientras, las secciones de estribor recargaran las piezas, ¿alguna duda?-

Todos aquellos hombres que antes mostraban orgullosos sus uniformes eran ahora un grupo más de marinos que solo se distinguían de los demás por la finura de sus camisas, pantalones y medias pero que eran imposibles de reconocer desde la altura de una cofa.

-Solo una cosa más señores, tengan tanta fe en la victoria como yo la tengo en ustedes, ¡por Inglaterra!- -¡Por Inglaterra!- gritamos todos como si de una única voz se tratase.

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6 Percha labrada convenientemente, a la cual se asegura el grátil de una vela.