13- Muerte alrededor

lunes, 19 de noviembre de 2007

-¡En fila, silencio y orden!- gritaba el centinela, su brillante bayoneta calada no dejaba lugar a dudas, solo podían pasar a las cubiertas inferiores los heridos de consideración y aquellos que los trasladaban al sollado donde se había dispuesto el espacio destinado a heridos y difuntos.

-Tú, estás apto para combatir- rugió el centinela a un marinero visiblemente alterado que tenía una herida en un brazo que sangraba de forma moderada.

-Necesito ver al doctor, no puedo, yo, no puedo, necesito verlo- dijo con incoherencia.

-¡Regresa a tu puesto marinero!- le urgió el soldado empujándolo con su mosquete, ese fue el detonante.

-¡No puedo!- gritó –¡Moriremos todos como perros! Nos matarán a todos, el buque está perdido-

-¡Silencio perro! Vuelve a tu puesto- el empujón anterior se transformó ahora en un fuerte golpe con el mosquete, el soldado hizo girar su arma de tal forma que el culatazo en el bajo vientre del marinero lo obligó a doblarse de forma instantánea.

Uno de los marinos que observaba la escena y que portaba los restos destrozados de un cadáver los deposito en el suelo y agarró al marino con fuerza por un brazo.

-Tranquilízate, ¿qué quieres, que te maten?-

-¡Estúpidos, estúpidos todos! Ya estamos muertos, mira ese hombre, ¿te parece vivo?- dijo señalando a los restos que reposaban en el suelo semejantes a un torso rodeado de cintas que partían de su cintura, la realidad es que no disponía de piernas y solo los jirones de carne colgantes ocupaban el lugar de sus extremidades. –El juicio final ha llegado y solo la rendición nos salvará-

De un golpe certero se deshizo del hombre que le sujetaba y se abalanzó sobre el centinela, pero tarde, demasiado tarde, porque este ya le había atravesado con su arma. Todo su ímpetu solo sirvió para ensartarse aún más en la afilada bayoneta y perder las fuerzas tan rápido como el color de su cara se desvanecía en un gris mortal.

Una de sus botas empujó el cuerpo con la fuerza de la furia y el cadáver se desplazó con dificultad por la hoja liberando el mosquete. -¿Algún otro cobarde?-preguntó a los presentes.

El marino que había intentado evitar el fatal enfrentamiento se agachó para arrastrar el cadáver al sollado, pero el centinela fue tajante –Déjalo aquí a la entrada, no lo lleves con los demás, que todos vean como acaban los que intentan huir-

Cuando llegó mi turno la inspección del guarda fue rápida, un simple vistazo al jubón con un pequeño desgarro y encharcado en bermellón fue mi salvoconducto camino del sollado.

De mi recorrido hasta el lugar en el que se encontraban los cirujanos no puedo describir gran cosa, primero porque quizás este no sea el lugar adecuado y segundo porque apenas recuerdo nada, tal era mi estado de aturdimiento por la sangre perdida y la emoción de la herida. Solo recuerdo el profundo mareo que experimenté al ver las mesas dispuestas sobre las que se tumbaba a los desgraciados infelices que precisaban la asistencia de los cirujanos, dos grandes mesas en las que abundaba la sangre, sangre que manchaba el suelo convenientemente sembrado de arena. Entre ambos soportes de tortura un gran barril que al acercarse mostraba una horrenda realidad, manos, piernas, brazos y pies luchando por un poco de espacio en su ataúd cilíndrico.

La visión hizo que el mareo fuese incontrolable y el vómito irreprimible.

-Veamos esa herida marinero- me dijo el señor Jonás.

-Doctor, ¿he de morir hoy?- susurré en un arranque de desesperación mientras el médico inspeccionaba mi maltrecho costado.

-Pues no lo se muchacho, pero hay dos cosas claras, primero que el doctor no puede atenderte y te tienes que conformar con un simple cirujano(25) y segundo que si mueres hoy no será por esta herida-

-¿No es mortal?- Repliqué sorprendido.

-He visto hombres con cortes más serios al afeitarse muchacho, me temo que la mayor parte de la sangre de tu jubón es de otro desgraciado-

-Pero estoy herido-

-Sí, un hermoso desgarro de unas seis pulgadas(26) de longitud y poca profundidad, corte limpio, sangre clara y vida intacta, te coseré y podrás seguir con tu tarea-
Inmediatamente echó mano de una aguja curva que me pareció el anzuelo más grande que los mares habían visto jamás y enhebró un hilo de forma certera.

-Pense que…

-No, tranquilo, esto será rápido, tengo cosas más importantes de las que ocuparme.
¡Ay! si me vieran las eminencias del Royal College of Surgeons.

-¡Ay!- grité, yo si tenía razones para la queja.

-¡Párdiez! Sí que sois delicado si no soportáis el dolor de una simple aguja, mirad, esos hombres que reposan sí que tienen motivos de queja, el barril lo atestigua-

En efecto, la mayor parte de los heridos que reposaban eran moribundos o amputados, los primeros no se quejaban por falta de fuerzas y los segundos solían estar en un profundo desmayo. Todo esto junto con la falta de luz natural, bajo el resplandor mortecino de los faroles y soportando un constante vaivén daba a la escena un ambiente sumamente tétrico y opresivo.

Unas punzadas después el remiendo estaba listo.

-Precioso, no has soltado ese libro ni un instante marinero, ¿se puede saber que es?-

-Nuestro diario de combate, señor Jonas- dije con cierto orgullo por la responsabilidad que ostentaba.

-Pues reincorpórate a tu puesto para contar con detalle lo que se hace en el Repulse, el siguiente- zanjó.

Rápidamente un ayudante de sanitario acercaba a la mesa a un hombre al que le faltaba un trozo de pié, mis ojos buscaban ya la salida con ansiedad de ese infierno cuando vi a mi joven antecesor en el cargo, el pequeño Andrew Scott que ahora ejercía de rapavelas(27) ayudando a los pastores en la triste tarea de reconfortar a los que ya no verán más la luz del día.

-¿Cómo estás Andrew?-

-Bien- dijo de forma escueta el niño.

-¿Hay muchos muertos?- pregunté con interés

-¿Quién sois, qué hacéis aquí y por qué no estáis cumpliendo con vuestro deber?- era uno de los pastores, el señor Stonehead, que me miraba como si fuese yo el mismísimo Satanás, sus manos empapadas en sangre sostenían una Biblia que en esa momento me parecía más amenazante que cualquier puñal que buscase mi pecho.

-Señor, soy Williams, encargado de la realización del diario de combate por el Capitán y estoy cumpliendo con mi obligación de informarme del número de fallecidos en la acción- dije con gran rapidez, sus ojos parecían chispear de furia.

-Bien Williams, pues apuntad ahí que los muertos son más de los que pueden entrar por las puertas del cielo ¡y fuera de mi camposanto!- Su tez era tan roja como la rosa de Inglaterra y eso a la lúgubre luz de las linternas de esa parte del sollado, a cielo abierto me temo que su rostro parecería estar al borde del síncope mortal.

Ni decir he que salí como corre un zorro delante de los perros, deshaciendo mis pasos de moribundo al sollado hallaba a cada poco recorrido las fuerzas que había perdido camino del cirujano.

En esas me encontraba cuando un súbito estruendo inundó el navío completamente, el talón(28) del buque se incrementó de forma perceptible en sentido contrario al de la andanada, instantes después los gritos de júbilo inundaban todos los puentes del Repulse.

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25 En los buques de línea se disponía normalmente de doctores y cirujanos, siendo los primeros oficiales de mayor rango.

26 Quince centímetros

27 Antiguo término despectivo para los monaguillos

28 Ángulo de inclinación de un buque.

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